Sin un cambio cultural, el transporte masivo no soluciona los problemas de movilidad (el caso Bangkok)


En los últimos 20 años Bangkok, la capital de Tailandia, ha hecho un esfuerzo por tener un sistema de transporte masivo para los casi 14 millones de personas que habitan la ciudad y su conurbación metropolitana. Pero hoy la realidad muestra que es la segunda ciudad más congestionada del mundo, según el Índice Tom Tom. El fracaso de la movilidad tiene sus explicaciones en un asunto cultural, que sirve de espejo para las ciudades latinoamericanas.

En 1999, luego de haber participado con una multinacional en la construcción del Metro de Medellín, tuve la maravillosa oportunidad de trabajar también en la puesta en servicio del Metro Aéreo de Bangkok (el Skytrain). En aquellos años la ciudad tenía cerca de 8 millones y medio de habitantes y además millón y medio de habitaciones de hotel (es potencia turística), lo que significaba un problema de tráfico y de movilidad incomparable.

Era tan compleja la situación que aún recuerdo cómo la ciudad implementó semáforos que demoraban alrededor de 8 minutos en cambiar de rojo a verde, para así poder lograr que los carros apagaran y ello aminorara el impacto de la contaminación ambiental. En esa época sabíamos que si el lugar de destino para donde íbamos tenía en la ruta 3 semáforos, entonces debíamos contar de entrada 24 minutos más en el recorrido. Un asunto de locos.

Ante esta realidad, un grupo de bancos privados de la ciudad tomó la iniciativa y formuló el primer proyecto del Metro, que se construyó en tiempo record, casi 3 años, incluso sorteando un leve retraso por la crisis financiera asiática de 1997.

Es así como en 1999 pusimos en operación la primera línea del Skytrain y ello significó una mejora en la movilidad de la ciudad, con un impacto aún mayor para las personas de menos recursos que pudieron transportarse más rápido. El beneficio social fue relevante.

Para 2004 la ciudad contaba ya dos líneas de Skytrain y una subterránea. Pero a pesar de estos esfuerzos por tener un sistema de transporte masivo eficiente, la realidad es que hoy Bangkok es la segunda ciudad más congestionada del mundo, solo superada por Ciudad de México.

El Índice Tom Tom 2017 demostró que la ciudad tiene un nivel de congestión del 61% y que creció un 4% en relación con la medición del año pasado. Esto en la práctica amigo lector significa que un habitante de Bangkok gasta 64 minutos de tiempo extra por día movilizándose en su auto. Y al año desperdicia 244 horas en un trancón. Esta congestión es peor aún en la temporada de monzones, ya que es normal ver después de un aguacero, cómo el agua en los canales y el río se desborda, dando lugar a graves inundaciones.

¿Qué falló entonces en Bangkok? Que para muchos habitantes de la ciudad el automóvil se convirtió en un asunto de estatus social. Mucha gente asumió que el carro daba mayor categoría y por ello en general a esa sociedad le cuesta usar el transporte público. No logró disminuir los autos en las calles.

Queda en evidencia que la construcción de sistemas de transporte masivo por sí sola, si no se acompaña de una campaña cultural y educativa de la sociedad para promover cambios de hábito en la movilidad, no sirve, no logra los efectos esperados.

El caso de Bangkok es un buen espejo para que las ciudades latinoamericanas se miren, porque incluso tienen hábitos culturales similares. Podría comparar la idea de estatus que da el auto en Bangkok con la ciudad de Medellín (Colombia). Ello para decir que la movilidad de una ciudad es siempre un asunto de equilibrio. Se necesita un sistema de transporte masivo eficiente, cómodo, ágil, lo mismo que fortalecer la intermodalidad, pero también es mandatorio acometer ejercicios de cultura ciudadana que cambien paradigmas, que cambien ideas que las sociedades tienen en relación con la manera de moverse. Si no, repetiremos errores como el de Bangkok.

Gracias por su lectura. Hasta pronto.

René Albisser Villegas – CEO Sytecsa